domingo, 3 de agosto de 2014

¿En qué estamos fallando?

Muchas veces, cuando hablamos sobre los problemas educativos de hoy en día, nos preguntamos ¿en qué estamos fallando? ¿por qué los niños de ahora son tan desobedientes en clase? ¿Cómo se podría solucionar la falta de disciplina y el fracaso escolar?

En muchas de las tertulias informales en las que nos disponemos a arreglar el mundo, he hablado con personas de todo tipo sobre éste tema, y las respuestas han sido varias: ¡Ya no hay disciplina como antes! ¡Los padres de ahora delegan la educación totalmente en los profesores y ellos no hacen nada! ¡Los profesores no se esfuerzan porque son funcionarios y tienen la plaza asegurada! y muchísimos improperios más (aunque alguno de ellos si son razones que influyen, claro). Se culpa a los padres, a los niños, a los profesores, pero es cierto que muy pocas veces se mira más allá y se pone en tela de juicio el sistema educativo que tenemos, o mejor dicho, el sistema educativo que sufrimos. Además existe un generalizado paternalismo con el mismo, es decir, lo amamos y lo defendemos por encima de todas las cosas porque es un sistema educativo gratuito y universal (y ojalá por "dios" que siga siendo así), y si vemos algo malo en él es la plantilla de maestros que hay en ellos y las posibles reformas educativas que están por venir (sobre todo si éstas son para estropearlo aún más), por lo que defendemos a muerte el sistema que tenemos tal y como está.

Este verano, charlando sobre ésto en una terraza, una amiga (un genio ella) me aconsejó ver un vídeo de Ken Robbison llamado el Paradigma del Sistema Educativo. Entre otros autores, éste se ha convertido en un referente de mi práctica docente. Creo, pienso, siento que los niños están siendo educados de una manera incorrecta. No creo en la memorización, en la presentación de conceptos por medio de un papel, en la ubicación de 30 niños en una clase de 25 metros cuadrados sentados en sus sillas sin moverse, me parece que están siendo educados contra natura. Un niño debe ser un niño, descubrir con las manos, crear instrumentos con los materiales que tiene alrededor y comprobar si son válidos mediante ensayo-error, descargar toda su energía para poder descansar bien por la noche y reforzar así unos esquemas cognitivos cargados de experiencias mediante el sueño. Debe ser autor de su propia experiencia educativa, y ser guiado por el profesor en dicho proceso.

En mi labor profesional puedo confirmar cada día estas afirmaciones. Cada día pasa por la granja escuela un grupo de niños y niñas diferente con edades entre 3 y 5 años. Algunos son más revoltosos, otros más tranquilitos y obedientes, pero absolutamente todos disfrutan y aprenden todo aquello que les cuento sobre las plantas, los animales que hay, sus características, algunas locuras para despertar su creatividad e interés, etc. Y es que entienden lo que es una semilla cuando la meten en la tierra, entienden que los tomates no nacen en un supermercado porque los ven crecer, comprenden que los pollos tienen plumas y no nacen asados con patatas alrededor, y que las gallinas no ponen los huevos encima de una huevera de cartón, sino que lo hace encima de la paja del gallinero.

Muchas de las profesoras me preguntan al terminar la visita cómo he podido controlar a sus niños con lo trastos que son. Yo no he hecho nada, yo no soy una superheroína ni soy algo fuera de lo normal. Es ésa experiencia educativa, que si se ha adaptado a ellos, y no al revés. Ellos no han tenido que hacer ningún esfuerzo por adaptarse a nada, y eso se nota. Y nunca olvidarán algunas de las cosas que vieron allí. Ésto es aprendizaje significativo. Ésto es hablarles en su idioma.






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